El fondo de los más de 250 dibujos sobre papel se mezcla con la pared ahora negra de Twin Gallery y solo se perciben los puntos de luz. Funciona como un espejo de la interacción humana, como un flujo de huellas efímeras. La visión de conjunto provoca una sensación de mutabilidad, una luz líquida que recuerda a Bauman, a lo instantáneo: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran; mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen”, decía. La artista utiliza este universo humano como paisaje y la piel como frontera, como el punto de conexión dentro-fuera que sufre los efectos de la dismorfia. Un largo camino desde lo social a lo íntimo que empezó con la serie Sangre, la que en palabras de la autora “dibuja un ser humano perdido en un mundo que él mismo ha construido, como un animal encerrado en su propio zoo; y lo muestra por momentos inapetente, paralizado, o confundido; por momentos ansioso, angustiado e insatisfecho”. En el centro de la sala, como parte de la instalación, cuelgan una serie de esculturas en forma de planetas enfermos. Simulan planetas hechos de piel, dermis con infecciones, pruritos y otras alteraciones de origen psicosomático. Rastros corporales que aluden a la fragilidad del ser humano y que cierran o reabren el conjunto de interacciones geográficas de Constelaciones Dismórficas.