Tras Capturar y Alumbrar llega la última entrega de la trilogía que Fernando Merinero dedicada a sus 1001 novias. Si la primera era un cercano e íntimo autorretrato casi narcisista del personaje que sin ser él interpreta este inusual director y la segunda era una galería de tipos femeninos en la que tenían cabida un buen número de mujeres, ¿qué sorprendente desenlace habrá preparado para esta serie de viñetas que también tienen entidad propia y pueden verse por separado?
Con su siempre fina nota de humor sofisticado, a medio camino entre lo banal y lo intelectual, (documental-ficción y persona-personaje) Fernando se propone en este colofón reunirse, como prometió en el desenlace de Capturar, con la actriz protagonista de una de sus primeras películas, Los hijos de viento (1995). Para ello deberá viajar hasta las islas afortunadas, buscando a Magaly, actriz y personaje que para nosotros puede representar desde el tiempo perdido a la juventud soñada, la añoranza de un pasado feliz o una fabulosa oportunidad de recordar lo vivido. Pero desde que Magaly y Fernando trabajaran juntos ha pasado mucho tiempo, más de veinte años –tienen que pasar para que nos demos cuenta de que son demasiados- y puede que esa otra persona que conocieron ya no sea la que fue en su día, ¿o sí?
Además de evocar el pasado desde ese mismo sitio, Gran Canaria, la cinta es un punto de encuentro para una serie de personas que han pasado por la vida del realizador a uno y otro lado del túnel del tiempo, y un alegato a favor del triunfo del amor en las relaciones interpersonales, dejando fuera estructuras como la del género. Un encuentro que además no puedes perderte, sobre todo si has visto las dos primeras entregas; y si no, pues ya tienes una excusa para hacerlo.