Siempre hay hueco para todo. O más nos vale creer que lo habrá. Hace justo un año, el ciclo que la Filmoteca estaba dedicando a la figura de Agnès Varda quedó interrumpido por motivos de sobra conocidos. Como no podíamos quedarnos con esta espina clavada, en el Cine Doré se proyectan, en los meses de marzo, abril y mayo, todas las películas de la madrina del cine francés.
Celebrar la obra de esta mujer es quedarse obnubilado con el estilo sencillo y claro de sus cintas, que van desde la poética La pointe courte (1955) hasta su último documental –género que cultivó en célebres películas, más como escritura y reflexión que como narrativa de acción- Varda por Agnès (2019). Una carrera de más de seis décadas en la que no se puede pasar por alto la nueva ola, movimiento del que, junto a su marido Jacques Demy o su amigo Jean-Luc Godard formó parte activa y fruto del cual es una de sus cintas más sobresalientes: Cleo de 5 a 7 (1962).
Diletante hasta la médula, Varda bucea indistintamente universos tan dispares como el creativo de la artista Ydessa Hendeles, el de las fotografías de los protagonistas de la Revolución cubana, historias cotidianas como la foto de Ulises, los muros pintados de la ciudad de Los Ángeles o la vida simple de los espigadores. Siempre al margen, siempre del lado de los desplazados del sistema, trabajando con ironía y tomando el humor hacia uno mismo como arma ante el aburrimiento. Además, ella fue la responsable de la revisión de su propia obra: remasterización, etalonaje etc. Qué lujo disfrutar de esta retrospectiva tan completa.
Ojalá hubiera muchos cineastas como Varda… Pero no, esperen, eso no es posible: ella es única y su cine irrepetible.