Umberto D. es una película sencillamente imprescindible. Imprescindible para educar los sentimientos, para extasiarse con los detalles más sencillos y a la vez más complejos del cine en blanco y negro. Imprescindible para aproximarse al neorrealismo italiano, que concentraba toda su energía en el retrato de las clases sociales más bajas de la posguerra italiana. Pero Umberto D. es una suerte de fruto tardío del neorrealismo, una pieza fundamental que sirve como engranaje entre la primera mitad del siglo XX y el nuevo esteticismo (más propio de Fellini). Mientras que Rossellini mostraba algo más parecido a una panorámica de la población, De Sica concentra todo el malestar social en un solo individuo.
Una historia sencilla y conmovedora, en la que De Sica se inspira en la vida de su padre para narrar las vicisitudes de un jubilado con escasos medios económicos. Ternura, elegancia y alguna que otra lágrima están aseguradas.