A veces, brotan en medio de la ciudad lugares destinados a ser parte de nuestra vida. Bares que se incrustan en nuestro imaginario mediante momentos y sabores que no podemos más que recrear una y otra vez pensando en regresar a una mesa que nos espera con reclamos y sorpresas inolvidables. Lugares así son como una aparición divina. No es de extrañar que La Bien Aparecida haya elegido tan acertado nombre. Recorrer Jorge Juan siempre merece la pena para cualquier foodie y es en esta calle tan gastronómica donde ha brotado ese oasis donde encontrar las delicias más inusuales. Sabores cuyo nombre rezuman tradición, pero cuyas texturas y aromas responden a la innovación más sugerente. Por eso elegimos un Pastel de mejillones en escabeche, mousse de vermut y velo de tinta para iniciar nuestro sendero bien hallado.
Pero es solo un comienzo y, como todo camino bienaventurado, nos conduce a rincones inimaginables. Algunos conocidos como las insuperables rabas santanderinas, otros más inusuales como la sepia guisada en su tinta y salsa de chipirón o La Purrusalda, un plato que es un mundo en sí mismo. Los arroces de La Bien Aparecida son buenos compañeros de viaje, aunque unos tacos de bacalao asado con cebollas y jugo de novilla nos hacen revisar nuestras predilecciones. No sin antes perdernos en los sabores infinitos de la Carrillera de Wagyu con jugo de Oporto y una clásica tarta de quedo y una tarta de hojaldre de Torrelavega que nos conducen al frescor y los verdes pastos de Cantabria, de donde provienen ecos y aromas.
La Bien Aparecida sigue en nuestros recuerdos. No podemos quitarnos de la cabeza cada uno de los platos norteños con los que sorprende a sus visitantes. Pero eso son cosas que suceden en esos lugares que brotan en la ciudad destinados a ser parte de nuestra vida. Lugares como La Bien Aparecida.