En el corazón de Chamberí se revela, a través de su cristalera, el interior de la taberna Nudista, un templo en madera y azulejo blanco que rinde culto a la conserva. Alejada de la tendencia “gastro” tan explotada en los comercios gourmet, Nudista ofrece una carta que brilla por la humildad de su producto y lo asequible de sus precios, recuperando la popularidad del envase al vacío. Ya de entrada, la estantería de ultramarinos vaticina una agradable experiencia culinaria y toda sospecha queda confirmada con el primer bocado de mejillones en escabeche: el sublime sabor de las rías hace de preámbulo a un menú sin ropajes que seduce a la vista y conquista al estómago. Le siguen las alcachofas con berberechos, y un comensal juicioso con esta verdura queda sorprendido por tan jugoso mordisco. El puerro viaja de la huerta al plato sin más aditivos que el aceite de oliva, rompiendo toda idea preconcebida sobre su aburrido sabor, y la cebolla morada pone el contrapunto perfecto a la caballa del sur. El culmen a este festín conservero llega de la mano de la ventresca con tomate y aguacate, servida en jugosos filetes que se deshacen en el paladar. Por último, la tarta de queso pone el envase de oro a una cena sabrosa y saludable y es que, en Nudista, todo se emplata menos el postre. No obstante, el sabor no lo es todo. La cuidada selección de alimentos encuentra el maridaje idóneo con la identidad visual del espacio y el etiquetado de sus tarros y latas, fruto del genio creativo de la agencia Erretres. En definitiva, la experiencia deja con muy buen sabor de boca al visitante, quien no puede evitar la tentación de llevarse a casa una conserva de la estantería. El sabor del producto sin ropajes conquista por su humildad y llega para quedarse.